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No hay espacio ni tiempo en la historia que no tenga brillantes representantes y un ejército nutrido de huestes de memos, alelados, bobos, estúpidos, pasmados e imbéciles, todos ellos con un currículo excelente sobre su aprendida torpeza y no es la maldad la que les anima sino su escasez de neuronas y sobre todo la falta de los circuitos adecuados para arrancar el motor del pensamiento.

Todas las culturas determinan que no existe una razón nacional para que vivan entre nosotros, mezclados como personas normales aquellos que en algún momento de la vida ejercen momentos de lucidez mientras que en el resto de su estancia sobre el terreno se de el caso de quedarse, abierta la boca, embobados por el deslumbramiento que les produce el nacionalismo.

Y a la mala suerte de tener políticos de baja estofa, que aparentan ser con la seda de sus palabras honrados, se les une esta vez, los que tienen la mala baba de la soberbia de los príncipes y jeques de la necedad. Ahí está el Bosch, que compite con Abundio, el Más tonto del bote que se une al del Capirote de Junqueras al que aplauden varios de Coria y otros que rebuznan como el cojo Calvijo.

Con estos mimbres hay que vivir y encima andar lidiando, que no son toros, sino fieros burros que tiran monte arrriba a través arrastrando el carro y pensando en la zanahoria que delante de sus belfos cuelga cogida de un palo. Es la situación, mal que nos pese, que a duras penas nos cuesta entender, cual es el sentido del sin sentido o como se les pasó por la mollera esa tontería del independentismo.